En esta época de exceso de información sobre todo y todos, debemos seguir resignándonos a que la vida de nuestro escritor más célebre continúe llena de sombras e incógnitas. Teniendo en cuenta que nació en 1547, murió en 1616 y que hasta 1605 no publicó la obra por la que empezó a ser conocido, resulta comprensible que sus contemporáneos no dieran noticia de él hasta casi el final de su vida. Y es que la de Cervantes no fue la de un escritor centrado en su labor literaria. De haberlo sido, con seguridad no celebraríamos el día del libro el 23 de abril, fecha de su entierro.
Lo que sabemos sobre su biografía procede fundamentalmente de dos fuentes: documentos que registran acontecimientos como su bautismo, boda, fallecimiento de sus parientes, alistamiento, solicitudes oficiales o encarcelamientos; y su propia obra. Fue aficionado, seguramente como ningún escritor de su tiempo, a incluir referencias autobiográficas en sus libros. Han de tomarse, no obstante, con cautela, puesto que Cervantes las enreda hábilmente en el tejido literario que él mismo crea, convirtiéndose en otro de sus personajes de ficción.
La primera incógnita no es otra que el día de su nacimiento. El 9 de octubre de 1547, Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas bautizan en la iglesia de Santa María la Mayor de Alcalá de Henares a su cuarto hijo (tercero con vida, ya que su primogénito había muerto a muy corta edad) con el nombre de Miguel. Por los días que solían transcurrir entre el del nacimiento y el del bautismo, y por recaer la elección en dicho nombre, se cree que nacería el 29 de septiembre, día de la festividad de San Miguel. El segundo apellido del autor, Saavedra, lo escogerá más tarde de entre los de sus parientes lejanos.
Eran sus padres hidalgos (la nobleza más baja) sin recursos económicos, de ahí que Rodrigo de Cervantes tuviera que trabajar como cirujano, especie de practicante que hacía sangrías y otras curas. Seguramente buscando un lugar en el que la fortuna le sonriera, viajó de una ciudad a otra, solo o acompañado por su familia: Alcalá, Valladolid, Córdoba, Sevilla y Madrid. En los 22 años que Miguel vivió con sus padres nunca la familia consiguió estabilidad: Rodrigo estuvo apremiado continuamente por las deudas, que le llevaron, incluso, a la cárcel.
Tanto traslado impide saber –segunda gran incógnita– si Miguel estudió y dónde. Si se duda de que asistiera a alguno de los colegios de jesuitas en Córdoba o en Sevilla, sí se sabe con certeza que no se matriculó en ninguna universidad. Este hecho marcará su vida, por una razón que hoy, a la vista de nuestros planes de estudios, parece del todo insignificante: Cervantes no estudió latín. En la época, el conocimiento de esta lengua era la llave para acceder a la mayor parte de las profesiones liberales, que quedaban así vedadas para el joven. Nos encontramos de esta manera con uno de los pocos escritores humanistas que pudo ser casi autodidacta. Uno de los narradores del Quijote, hablando en primera persona como si del autor se tratara, se refiere a su natural inclinación a leer “aunque sean los papeles rotos de las calles” (Quijote I, IX).
En 1569, el licenciado Juan López de Hoyos, que acababa de hacerse cargo del Estudio o colegio oficial de la villa de Madrid, publica un homenaje a la reina Isabel (tercera esposa de Felipe II), fallecida aquel año. Aparecen en él cuatro poemas de Cervantes; y aún más: López de Hoyos se refiere a Miguel como “nuestro caro y amado discípulo”. Probaría esto que, tal vez, habría estado recibiendo clases de gramática de dicho maestro, y que, con seguridad, su afición por la literatura fue temprana: “Desde mis tiernos años amé el arte / de la agradable poesía”, dirá el propio Cervantes en su Viaje del Parnaso, aunque reconocerá también, casi al final de sus días, que fue una “gracia que no quiso darme el cielo” (Viaje del Parnaso).
Podría haber sido este, a los 21 años, el despegue de su carrera como escritor, pero ocurrió algo que cambió radicalmente el rumbo de su vida. Por circunstancias aún hoy desconocidas –pudo participar en un duelo por el que sería condenado a destierro–, parte a Roma ese mismo año. Allí trabaja como camarero de Giulio Acquaviva, quien en 1570 es nombrado cardenal. Un año más tarde, decide probar fortuna como soldado y se alista en la compañía en la que combatía su hermano Rodrigo.
El 7 de octubre de 1571 se halla enfermo a bordo de la galera Marquesa en el mar Jónico; a pesar de eso decide salir a cubierta para participar en la que se conocerá como batalla de Lepanto. Recibe dos arcabuzazos, uno en el pecho y otro en el brazo izquierdo, que le deja inutilizada la mano (de ahí el apodo de “manco de Lepanto”). La armada de la Santa Liga, al mando de don Juan de Austria, consiguió ese día una importante victoria sobre los turcos otomanos, que Cervantes recordará siempre con orgullo.
Una vez restablecido participa en otras campañas durante los tres años siguientes, hasta que, sin que de nuevo se conozcan los motivos, decide volver a España. Desea obtener el grado de capitán y lleva para eso las mejores cartas de recomendación. No podía prever que obrarían en su perjuicio. El 26 de septiembre de 1575, la galera El Sol, en la que había embarcado tres semanas antes, es apresada por los corsarios cerca de la costa catalana. Los dos hermanos, Miguel y Rodrigo, son llevados a Argel. El rescate que piden por el primero es muy alto: sospecharían que alguien con tales recomendaciones debía de ser importante y, por eso, con posibilidades económicas; se equivocaban en lo segundo. Miguel tuvo que pasar cinco años en cautiverio. De cómo era la vida en tales circunstancias dan cuenta dos de sus comedias –Los tratos de Argel y Los baños de Argel– y el relato del cautivo incluido en la primera parte del Quijote. Los cuatro intentos de fuga que protagonizó nos muestran a un hombre de espíritu aventurero y que valoraba la libertad por encima de todo. Fracasó las cuatro veces y las cuatro asumió la culpa para que sus compañeros no salieran malparados. Él sí sería castigado, aunque, al parecer, en una ocasión le perdonaron la vida y en otra no llegó a recibir los 2000 palos de la condena. Y eso a pesar de la crueldad de su amo si juzgamos como ciertas las palabras con que el cautivo, personaje de la primera parte del Quijote, se refiere a él. En el relato de sus penalidades, menciona también a un “tal de Saavedra”:
Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella; y así, pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate. Y, aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver, a cada paso, las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a este, desorejaba aquel; y esto, por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo, y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano. Solo libró bien con él un soldado español, llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, no se lo mandó dar, no le dijo mala palabra; y, por la menor cosa que hizo, temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para entretenernos y admirarnos harto mejor que con el cuento de mi historia (Quijote I, XL).
No será la última vez que Cervantes vivirá en prisión. Por muchos filtros literarios que ponga en su obra, su constante canto a la libertad nos permite escuchar en la de sus personajes su propia voz:
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres (Quijote II, LVIII).
Rodrigo fue rescatado en 1577; Miguel, en 1580, gracias a la orden Trinitaria, una de cuyas funciones era conseguir limosnas para liberar a los cautivos. En octubre de 1580, tras este penoso paréntesis, llega por fin a España. Tenía 33 años.
Muchos soldados de todos los tiempos al regresar a su patria después de la guerra ven impotentes cómo sus esfuerzos no reciben recompensa alguna. Así le ocurrió a Cervantes, que no obtuvo el grado de capitán ni ningún otro reconocimiento. Se instala en Madrid, desde donde solicita una plaza para las Indias, que, igualmente, le deniegan. Cerrada la puerta al mundo de las armas, parece que decide seguir el camino de las letras. Entra en contacto con algunos de los poetas de la corte e intenta aprovechar el impulso que está recibiendo el teatro. De esta época son los manuscritos de El trato de Argel y la Numancia. En 1585 se estrena, además, en el campo de la narrativa con una novela pastoril, el género de moda, que constituye su primera publicación: La Galatea.
También de esta etapa son las primeras noticias de sus relaciones amorosas: la primera, la que mantiene con Ana Franca (o Villafranca) de Rojas, mujer casada, que será la madre de su única hija, Isabel, nacida en otoño de 1584. En diciembre, a sus 37 años, se casará con Catalina de Salazar y Palacios Vozmediano, de 19 y natural de Esquivias.
Podría parecer que está en una situación adecuada para el desarrollo de su carrera literaria; pero, de nuevo, nos sorprende con otro quiebro. Años después, en el prólogo a sus Ocho comedias..., dirá, seguramente refiriéndose a este momento: “Tuve otras cosas en que ocuparme, dejé la pluma y las comedias...”.
En 1587 pone tierra de por medio, tanto del ambiente literario de Madrid como de su domicilio conyugal, y se instala en Sevilla con el empleo de comisario de abastos, encargado de conseguir el suministro de trigo, aceite, etc., para la armada que Felipe II prepara contra Inglaterra: la Armada Invencible. Recorre los caminos de Andalucía, de pueblo en pueblo, sustituyendo el trato con poetas, autores teatrales y editores, por el de campesinos, molineros, arrieros y curas. No ha abandonado, sin embargo, sus pasadas aspiraciones aventureras y literarias: por un lado, en 1590 solicita, como había hecho años atrás, una plaza para viajar a las Indias; por otro, en 1592, firma un contrato por el que se compromete a escribir seis comedias. La realidad, sin embargo, se impone, defraudando una vez más sus expectativas: se le niega la plaza a las Indias, no escribirá las seis comedias prometidas y, peor aún, será encarcelado en 1592 por problemas relacionados con la recaudación. Y no será la última vez: en agosto de 1594 se le ofrece una nueva comisión que le lleva a Granada; al finalizar su cometido, en 1597, un juez lo envía a la cárcel de Sevilla, acusado esta vez sin fundamento alguno. No se sabe cuántos meses estuvo preso. Las palabras con las que se dirige al “desocupado lector” al inicio del prólogo a la primera parte del Quijote se han vinculado casi siempre con este periodo; de ser cierto, Cervantes habría imaginado su más famosa historia entre los muros de una cárcel de Sevilla en la que fue injustamente encerrado:
Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda la incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?.
En el verano de 1600 abandona definitivamente Sevilla. Dos años antes había muerto Felipe II; al túmulo que se erigió en Sevilla dedicó su más conocido soneto.
Se ignoran prácticamente todos los pormenores de su vida durante los años en los que estaría redactando la primera parte del Quijote. Probablemente vivió entre Toledo, Madrid y Esquivias. En 1604 se traslada con su mujer a Valladolid, ciudad que Felipe III había nombrado corte. Comparte allí casa con sus hermanas, Andrea y Magdalena; con Constanza de Ovando, hija de la primera; con Isabel de Saavedra y con su esposa. En los primeros días de 1605 sale a la luz en Madrid, en la imprenta de Juan de la Cuesta, la primera parte del Quijote. Las señales de su éxito son inmediatas: en marzo se publican en Lisboa dos ediciones pirata, en verano aparece la segunda edición en Madrid, se registra un cargamento para las Indias con numerosos ejemplares de la obra, y sus personajes principales se hacen indispensable en desfiles, bailes, mascaradas y demás fiestas. Sin embargo, la situación económica de Cervantes y su familia no mejora. Precisamente a finales de junio, un incidente ante la casa de Cervantes da testimonio de las circunstancias nada favorables en las que debían de vivir. Gaspar de Ezpeleta es mortalmente malherido en un duelo; el escritor lo socorre y el caballero muere a las dos horas sin confesar el nombre de su asesino. En el interrogatorio que tiene lugar para esclarecer el caso salen a la luz datos sobre Miguel y las mujeres que viven con él: las llaman “las Cervantas” y las acusan de llevar una vida licenciosa.
En 1606, la familia se traslada, de nuevo siguiendo a la corte, a Madrid. Comienza la última etapa en la vida del escritor. Ocupará varios domicilios no muy distantes entre sí: en el barrio de Atocha primero, en la calle de León (muy cerca de Lope de Vega y Quevedo), en Huertas y, por último en la calle de Francos, que hoy lleva por nombre el apellido del escritor. La familia va perdiendo miembros; en menos de un año mueren sus dos hermanas y su nieta. Tal vez por eso, se produce un acercamiento de Cervantes a la religión: se afilia a la Congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento y entra después en la Orden Tercera de San Francisco.
Durante estos años parece que sí se centró en su faceta literaria, aunque no le abandonó su espíritu aventurero: solicita –también lo hizo, por cierto, Góngora– acompañar al conde de Lemos a Nápoles, pero es rechazado. No sigue el camino que le habría dado mayor fama (y dinero), el del teatro: Lope de Vega se ha convertido en un ídolo popular y los autores solo quieren obras escritas según sus pautas (“entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzose con la monarquía cómica”; prólogo a sus Ocho comedias...). Cervantes no encontró a ninguno que apostara por las suyas y tuvo que resignarse a que nadie les diera vida sobre los escenarios: “Ni los autores me buscan, ni yo los voy a buscar a ellos”, dirá en la Adjunta en prosa que cierra el Viaje del Parnaso. Mientras tanto, el éxito del Quijote no cesa: en 1607 se había publicado en Bruselas, en 1608 lo volvió a imprimir Juan de la Cuesta en Madrid; en 1612, se tradujo al inglés y en 1614 al francés.
A partir de 1613 su productividad es admirable: publica ese año las Novelas ejemplares; en 1614, el Viaje del Parnaso. Debe de estar a punto, además, de finalizar la segunda parte del Quijote, pero la aparición de una apócrifa en 1614, publicada por alguien bajo el pseudónimo de Avellaneda, cambiará los planes del escritor y retrasará la impresión, que se produce, por fin, en 1615. Ese mismo año se publican las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados.
Enfermo de hidropesía (acumulación anormal de líquido seroso), el 18 de abril recibe los últimos sacramentos. Incansable y plenamente consciente de que su fin estaba muy próximo, siguió escribiendo hasta prácticamente el último día de su vida, deseoso, tal vez, de terminar la que consideraba su mejor obra: “Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto llevo la ida sobre el deseo que tengo de vivir [...]. Mi vida se va acabando y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida”. Tan conmovedoras palabras forman parte del prólogo a su última obra, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, que publicará su esposa un año después de la muerte del escritor.
El 22 de abril de 1616 fallece Miguel de Cervantes; vestido con el sayal franciscano, es enterrado un día después en el convento de las Trinitarias Descalzas de la actual calle Lope de Vega. Sus restos fueron dispersados a finales del siglo XVII durante la reconstrucción del convento.
Nadie pintó un retrato de Cervantes en vida del escritor. Pero él mismo se encargó de que no nos quedáramos sin saber cómo podría haber aparecido en él allá por el año de 1613:
[Algunos] querrían saber qué rostro y talle tiene quien se atreve a salir con tantas invenciones en la plaza del mundo, a los ojos de las gentes, poniendo debajo de este retrato [el que jamás se pintó en vida del autor]: este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; este digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso [...] y otras obras que andan por ahí descarriadas, y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros.
Elena Varela Merino, profesora del Departamento de Lengua Castellana y Literatura.
Autor del mes: Miguel de Cervantes Saavedra
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