Reseña de Elena Varela, profesora del Departamento de Lengua Castellana y Literatura.
Peter Cameron, Aquella tarde dorada, Barcelona, Libros del Asteroide, 2015.
Peter Cameron, Aquella tarde dorada, Barcelona, Libros del Asteroide, 2015.
(Título original: The city of your final destination, 2002)
Aquella tarde dorada da comienzo con la carta que Omar Razaghi dirige a Caroline Gund, Arden Langdon y Adam Gund, a Ocho Ríos, Tranqueras (Uruguay), el 13 de septiembre de 1995. En ella les solicita, en su calidad de albaceas, autorización para redactar y publicar una biografía sobre Jules Gund, escritor al que ha dedicado su tesis doctoral, fallecido tres años antes. Solo si se la otorgan le será concedida una beca que le permitirá trabajar con tranquilidad durante varios años.
Cuando alguien inicia una biografía no hay seguridad respecto a lo que puede descubrir, no ya del biografiado, sino de todos los que convivieron con él. No sorprende, por ello, que la llegada de la carta de Omar provoque una pequeña conmoción en Ocho Ríos. Más aún teniendo en cuenta que se trata de un lugar donde no pasa nada ni pasa nadie literalmente. Ocho Ríos es una mansión rodeada de bosques, alejada de cualquier población. La mandaron edificar un judío alemán y su esposa a semejanza del palacio bávaro que se vieron obligados a abandonar cuando salieron de su país huyendo de la persecución nazi. En él crecieron sus dos hijos, Jules y Adam. Muchos años después, y de manera tal vez sorprendente para el lector, comparten el caserón la esposa y la amante del escritor fallecido, Caroline y Arden, además de Portia, la hija que aquel tuvo con la segunda. El tercer albacea, el hermano de Jules, vive junto a su pareja, Pete, mucho más joven que él, en un molino rehabilitado a poco más de un kilómetro de la mansión.
Gana el no dos contra uno: Adam es partidario de autorizar la biografía; las dos mujeres, cada una por sus propias razones, se niegan.
Al recibir la respuesta, Omar entra en pánico: se equivocó con las fechas, pensó que le concederían la autorización y ya le han dado la beca; se verá obligado a devolver el dinero y a renunciar a su puesto como profesor. Su novia, Deirdre, una mujer pragmática y con las ideas (sus ideas) muy claras, le insta a que viaje a Uruguay para tratar de convencer a los albaceas antes de tirar su futuro (el de ambos) por la borda.
Si la carta de Omar removió algo en los habitantes de Ocho Ríos, su llegada sin previo aviso provocará una auténtica revolución. La mirada de alguien ajeno les hace plantearse todo tipo de cuestiones, como si el hecho de saberse observados desde fuera les forzara irremediablemente a un ejercicio de introspección de resultados a veces terribles. Y es que no siempre se encuentran respuestas. ¿Tenemos las personas un lugar?, ¿pertenecemos a un lugar? Todos los personajes de la novela comparten su condición de “transplantados”: Omar nació en Irán, pasó su adolescencia en Canadá y cuando empieza la novela vive en Kansas; Caroline es francesa; Arden nació en Inglaterra; Pete en Tailandia; los padres de Jules y Adam, en Alemania. ¿Les está aguardando algún sitio, su sitio? ¿Debemos esperar a que llegue algo a nuestras vidas, como un regalo, o tenemos que movernos para conseguirlo?; y, en ese caso, ¿qué queremos conseguir? ¿Es nuestra la vida que vivimos o es de otro, impuesta, modelada a su antojo?
Algo cambiará –o algo dormido despertará– en todos y cada uno de los habitantes de Ocho Ríos. Pero, ¿y en Omar? Llega a Uruguay con el único objetivo de conseguir la autorización para la biografía de Jules Gund o, tal vez, con el único objetivo de evitar la decepción de su novia y demostrarle que es capaz de hacer algo bien, algo sensato, algo normal. Su fascinación al ver los lugares que vio y describió el escritor, recorrer las habitaciones en las que vivió, o contemplar la góndola veneciana que inspiró su única obra, dará paso a la fascinación por los habitantes de Ocho Ríos: paradójicamente, viaja a Uruguay para buscar las huellas del escritor al que admiraba y lo que encuentra le hará olvidarlo.
La mirada que Peter Cameron dirige a todos sus personajes es maravillosamente amable y consigue transmitírsela al lector, al que coloca en el lugar de uno o de otro según le conviene: ahora eres Omar, Adam o Pete; ahora eres una de las tres mujeres, de sensibilidades tan distintas, Arden, Caroline o Deirdre. Cuando estás viendo con los ojos de cualquiera de ellos comprendes y compartes sus razones; cuando el escritor te mueve, te identificas tanto con la nueva perspectiva que el personaje cuya mirada acabas de dejar atrás, y al que habías entendido perfectamente, te puede parecer, incluso, algo rudo, desagradable, excéntrico, manipulador o egoísta. A pesar de eso, ninguno sale verdaderamente malparado; incluso se podría pensar que el escritor cierra la novela con una pequeña dosis de justicia poética.
He leído dos veces Aquella tarde dorada. En ambas ocasiones me ha invadido la nostalgia al terminarlo; antes incluso: cuando, viendo que quedan pocas páginas, te fuerzas a asumir que se acerca el momento de las despedidas... El título –que no es traducción del original, The city of your final destination–, tan evocador, constituye una imagen muy acertada del poso que la novela deja tras la lectura.
Reseña de: Aquella tarde dorada
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